LOS NIÑOS Y SU FORMA DE MEDITAR
¿Qué espera de la meditación un niño?
Cuando vemos la vida con ojos de adulto, no siempre tenemos la suficiente visión o esta carece de amplitud para captar y comprender a nuestros semejantes. Esto nos ocurre con nuestros padres, pareja, compañeros…Más si cabe en el caso de los niños y jóvenes.
Nuestras
proyecciones, conceptos, experiencias condicionan enormemente esta capacidad,
que nunca debimos perder, de ponernos en el lugar de los demás, de entenderlos
y ayudarlos desinteresadamente.
Esto no es
diferente en el mundo de la meditación y el yoga…
Aun cuando
nos guste y hayamos descubierto su potencial de ayuda y transformación. ¿Cómo
hacer a la hora de enseñar la meditación a los pequeños e inquietos niños entre
4 y 11 años?
Y lo más
importante, cómo hacer para disfrutar y beneficiarse de ella, incorporarla a
nuestra vida de una forma habitual. Esto puede ser clave a la hora de conseguir
buenos resultados, tanto si somos “solo” padres como si somos educadores,
formadores, profesionales, etc...
Si partimos
de esta premisa, vamos a lograr varios objetivos:
Por un lado nuestra tarea será más
feliz y satisfactoria, careceremos de la agobiante ansiedad por el “obligado y
necesario” resultado y bien sabemos que la ansiedad nunca alcanza sus metas,
más bien las aleja. Disfrutaremos del hecho de enseñar la meditación y la
atención plena, al ver los beneficios de la práctica en ellos. Reiremos, nos
sorprenderán y enseñarán de mil maneras la riqueza que supone ser niños con su
espontaneidad y frescura. Y, lo que es más importante, vamos a enseñarles algo
que una vez aprendido e incorporado, jamás se olvida por sus múltiples
beneficios e incluso recurrirán a ello en los momentos extremos y más difíciles
de su vida, colaborando en la búsqueda de soluciones y en la comprensión
objetiva de sus conflictos.
Es natural
entender que no es lo mismo un niño de 9 años chispeante, con gran energía y
poco o nulo autocontrol, sin apenas normas y límites en su vida diaria, que
otro que sea más callado, reservado, observador, reflexivo, habituado al
respeto hacia los demás, o aquel inatento, siempre volando con su imaginación y
aparentemente desconectado de este mundo terrenal…
En la vida,
ya sea esta a nivel profesional o familiar, se nos van a dar situaciones y
casos muy variados, días mejores y peores, incluso momentos de gran tensión
humana y social. Esto es natural, está dentro del programa en qué vivimos y
comprenderlo es crucial para nuestra felicidad y maduración.
Para
aquellos que trabajamos en un ambiente formativo-educacional y vemos la
variedad de caracteres, respuestas, incluso patologías cada vez más comunes
entre los jóvenes, la comprensión de instante en instante es una necesidad a la
hora de no sobrecargar nuestros cerebros emocional y mental.
El poder
desarrollar una sana empatía, una amplia visión de los problemas, evitando
enjuiciar y conceptuar por lo que, a priori, nos informan nuestros sentidos,
nos va a caracterizar como los mejores educadores, los más efectivos y
apreciados, tanto por ellos como por nuestros compañeros.
Existe una
tarea previa para todo educador, formador, terapeuta y es la de sintonizar con
quien tiene enfrente, sean alumnos, pacientes o compañeros de trabajo. Debido a
esto que hemos comentado sobre la variabilidad de nuestro ánimo, energía o
motivación diaria es evidente que no todos los días necesitamos lo mismo, así
como no tomamos siempre el mismo alimento.
Nuestros
sentidos nos aportan información y esta sin duda es valiosa, lo que nuestros
ojos ven, aquello que escuchamos, respiramos y olemos, la información que nos
llega sobre la temperatura, sonidos, tacto.
Incluso más
allá de estas informaciones todavía hay un algo más, se trata de lo que podemos
percibir, captar, sentir. Algo como la impronta que nos alcanza cuando entramos
a un lugar o hablamos con una persona.
Esto es
valioso y usarlo es útil pues nos direcciona hacia cómo iniciar o aplicar la
clase o práctica que vamos a llevar a cabo. Si no estamos acostumbrados a
escucharlo es un buen momento para experimentar y apreciar su valor. No estamos
hablando de intuición o sensibilidad, más bien de una aguda observación, de una
actitud no rutinaria de apertura, evitando el ser programado, mecánico,
avasallador.
Bien saben
aquellos que estudian y aplican la Inteligencia Emocional en sus vidas que
“perder” 15 minutos hablando y solucionando significa ganar la hora, quizás el
día, tal vez la vida.
¿Acaso
podemos creer que introducir la meditación de manera impuesta o cuando no
existe una buena receptividad va a tener algún resultado positivo? Sería
ingenuo y poco inteligente por nuestra parte.
Por tanto,
el paso previo a nuestra práctica/clase al igual que hacemos en las sesiones de
Yoga es aquietar, centrar, sintonizar el grupo. Preguntar dirigiendo la
conversación con estos fines y sin dejarnos arrastrar por la avalancha de
emociones, informaciones, quejas…que nos puedan llegar. Esto sirve tanto para
el aula de clase en Educación Primaria como para un pequeño grupo de
meditadores infantiles.
Ahora
estaría bien preguntarnos: ¿Qué es lo que esperan, necesitan o quieren? Puede
que la respuesta sea descansar, hablar, exteriorizar sentimientos, pensar en
algo futuro, solucionar algo que les inquieta…
Bien, esto
es lo más urgente para ellos pero…nosotros estamos allí para enseñarles meditación!
¿Será que podemos conseguir ambas cosas? Posiblemente.
Hagamos lo
nuestro, ayudemos, guiemos con confianza y disfrutando del momento, recordar
que este es único e irrepetible, valioso.
ALMA SOCIAL
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